PRIVACIDAD EN LA CIUDAD INTELIGENTE
Las ciudades inteligentes son un constructo de base tecnológica caracterizado por su sensibilidad a los cambios en la forma de vivir. Su estructuralidad viene del aumento en la interconexión de los sectores (movilidad, administración, industria, cultura, etc.) que la componen, hasta alcanzar una suerte de “masa crítica” en la que esta urbe super conectada pasa a tener una realidad superestructural de naturaleza digital donde cambia la noción de privacidad.
Naturalmente, no es que la super conexión permita interpretar a los nuevos ecosistemas urbanos como organismos vivos artificiales. Lo que estamos haciendo es aplicar ciertos principios de la inteligencia artificial, donde dicha conexión permite simular algunos rasgos semi inteligentes (la red puede aprender y tomar decisiones básicas).
Ahora bien, controlar o ejercernos en nuestra parcela de realidad digital requiere de dispositivos equipados con software de distinta clase, pero que comparten un aspecto fundamental: necesitan del flujo de datos que producimos para poder funcionar. Es decir, las ciudades inteligentes tienen, por supuesto, unos importantes impactos en la privacidad.
Uno de los desarrollos tecnológicos que intervienen en una ciudad inteligente es la retroalimentación de datos mediante bucles con el fin, por ejemplo, de generar modelos (logrados con entrenamiento del sistema) que apoyen el proceso de toma de decisiones (nos referimos al viejo problema de la predicción). En otras palabras, la ciudad inteligente es definida por el aumento de sensores, entre otros elementos, que pueden tomar mediciones, enviar lecturas, generar alertas, etc. La función de los volúmenes de datos resultantes es múltiple. Resultan necesarios para las mejoras en diseños o en políticas de administración. Los modelos que facultan todos estos datos son la base indiscutible de decisiones con base científica.
Pero el camino anterior puede permitir a ese sistema inteligente la adopción de medidas que, en algunos momentos, podrían prescindir de la intervención humana (un ejemplo son los sistemas que permiten alertas tempranas por posibles desastres naturales). En tiempos recientes la conceptualización de ciudad inteligente se presenta asociada a la administración de infraestructuras críticas, algo que involucra al tejido industrial tanto privado como público. Estas cuestiones, donde existen tratamientos automatizados de información, es uno de los escenarios nombrados en el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD).
Es claro que los sensores suponen la existencia de una red, también de plataformas donde esta información es utilizada mediante aplicaciones que ayudan a crear servicios a usuarios; éstos a su vez pueden crear nuevas aplicaciones y así sucesivamente. De ahí que hablemos de realidad digital superestructural.
En sentido de lo anterior, es la finalidad de la aplicación la que define el tipo de datos que se está recopilando y analizando, lo que gobierna a las políticas de privacidad y protección que deben aplicarse por parte de los profesionales.
Al hablar de privacidad y ciudad inteligente, los expertos piensan, entre otras cosas, en anonimización de los datos que son objeto de analítica masiva. En efecto, este es uno de los ámbitos más complejos de estas temáticas, donde cualquier equipo productivo que trabaje con análisis de datos necesita ir de la mano con profesionales en privacidad y protección.
Algunas prácticas en Big Data y Data Science involucran modelizaciones (la movilidad es uno de los ejemplos donde los usuarios pueden resultar identificados gracias a las referencias espacio temporales).
CIUDAD INTELIGENTE CON PRIVACIDAD
Hay varios debates en lo que se refiere a los criterios de privacidad cuando hablamos de ciudades inteligentes. Por una parte, vemos cierto vacío informativo entre los usuarios, queremos utilizar y disfrutar de las tecnologías a nuestro alcance y que mejoran la experiencia al interior del espacio urbano, pero no contamos con todos los detalles sobre el análisis de la información que permite su existencia.
La necesidad de conexión se convierte en deseo cuando ésta facilita el consumo que marca nuestra forma de vivir. La deriva de lo anterior es más o menos clara: la percepción sobre la calidad de los beneficios que recibimos de las aplicaciones definirá un celo mayor o menor con nuestra privacidad.
Es aquí cuando arribamos a conductas que ya hacen parte del sistema de creencias y anclajes culturales de las sociedades contemporáneas. Una de ellas es la tendencia a pensar que la propia vigencia de una normativa sobre protección de datos ya implica de forma directa y sin matices que la privacidad está protegida, sobre todo por parte de fabricantes y proveedores de servicios. Cuando en realidad, hoy más que nunca, mi privacidad depende de las opciones elegidas cuando utilizo los sistemas de la ciudad inteligente.
En conclusión, los expertos y especialistas en protección de datos saben que es necesaria una mayor pedagogía sobre la cuestión de los riesgos para la privacidad y de que la ciudad inteligente es un concepto todavía en desarrollo, donde la confianza requiere de todos los cuidados y filtros.